Como si nos hubiesen leído la mente. Así llegó la invitación de parte de Portofino, un restaurante ¡a toda raja! con una hermosa vista al mar. Y es que con Alejandro llevábamos un tiempo pensando en dónde escaparnos el fin de semana cuando de pronto, nos llegó este obsequio para ir probar a degustar la auténtica gastronomía mediterránea hecha con los productos típicos de nuestro mar, ahí en la ciudad puerto.
Ubicado en cerro Esperanza -en la comuna de Valparaíso- se emplaza Portofino, en el mismo lugar donde fue criado su dueño: Renato Airola. Llena de tradiciones, la casona antigua fue reconstruida para dar espacio al patrimonio gastronómico que ofrece una hermosa -si es que no es la mejor- vista panorámica de la bahía de Valparaíso, abriendo sus puertas en diciembre de 1998.
Con esta introducción le damos paso a nuestra experiencia.
Llegamos a eso de las 12:50, dejamos nuestro auto en el estacionamiento del lugar, el que es muy pequeño (caben 4-5 vehículos), sin embargo eso no es problema porque en la calle, uno se puede estacionar y hay un cuidador del recinto que se hace cargo.
A la entrada nos recibió la anfitriona que nos llevó a una mesa reservada en la terraza con la mejor vista panorámica. Si bien estaba nublado y sabemos que en Valpo, el viento corre y nos da frío, la ubicación nos permitía estar a una temperatura muy agradable, sin la necesidad de requerir estufa.
Revisamos la carta, que si bien es pequeña (lo cual nosotros agradecemos mucho porque nos cargan esas cartas infinitas donde uno no sabe qué elegir, para luego decirnos que el plato no está disponible), es súper completa y tenían todos los platos disponibles. <Pueden revisar la cata completa acá>
Para empezar, tímidamente pedimos un Saint Germain Spritz ($6.300 c/u) cada uno (para los que no saben, este cóctel está hecho en base a licor de sauco, espumante y agua mineral. Es muy refrescante) junto a un Gamberi alla napoletana ($15.900), este antipasto es como un pil pil camarones ecuatorianos muy suave y con un picor muy justo, otorgando un equilibrio perfecto entre aromas, sabor y picor, porque no es un “ajillo” cualquiera, éste está preparado en el clásico ajo salteado junto a una salsa de naranja, merkén y albahaca, acompañado de unas brusquettas caseras, ¡realmente todo un deleite al paladar!.
Ya con esto nuestra experiencia era fantástica, a eso sumado a que el servicio es muy ágil. De hecho nos llamó la atención que no nos pusieran “pancito”, la verdad es que no es necesario, porque entre que pedimos los cócteles y llegó el antipasto no pasaron más de 4 min (desde las 13:22 a las 13:26). Lo otro destacable del servicio es que si bien nuestra mesera fue Cherie, el salón contaba con tres garzones más que estuvieron pendiente de todas las mesas sin excepción.
Terminado nuestro aperitivo, elegimos un primer plato para compartir. Aprovechando las bondades de nuestro mar, y asegurándonos con la recomendación de la mesera nos fuimos a la segura con un Tonno al frutto della passione ($14.500) cuya descripción en la carta es “Atún en su punto con costra de pistacho, vegetales asados en balsámico y salsa de maracuyá”. No sé cómo explicarles el placer de sentir el atún al dente con pistacho mezclado en esa salsa de maracuyá, realmente es una experiencia sensorial que pocas veces he sentido al comer, es esa sensación de que “esto no se acabe nunca” o “repítame el plato por favor”, pero había que dejar espacio para el segundo plato (que en verdad es el primero porque en Italia primero se sirven las pastas).
Sin pensarlo mucho, pedimos un Fettuccine Portofino ($11.500) y confieso que tenía un poco de susto porque su acompañamiento es de camarones y palta con un toque de pesto cremoso al limón de pica, y cuando pensé en el pesto me dije “ojalá no me dé alergia” (no puedo no estar cerca de las nueces). Y no fue así, no me dio alergia y el plato realmente estaba delicioso, confieso que las “pastas planas” y yo no somos muy amigas, quizás porque nunca las había comido en este punto de cocción. A mi juicio, el plato estaba hecho “con amor”, con esto me refiero a que hay pasión en cada preparación.
Tomándome de lo anterior, quiero hacer un paréntesis, pues el chef autor de estas preparaciones es Giuliano Olmos, un napolitano de lomo y toro, que junto a Francisco Castro hacen posible el disfrute sensorial de la comida.
Seguimos, para acompañar el almuerzo descorchamos un Single Vineyard Leyda($16.500). Acá no hay mucho que decir, pues es un vino que nos gusta mucho y con el que nos vamos siempre a la segura cuando salimos a pololear.
¡Llegó el postre!, esta elección fue difícil, todo sonaba apetitoso. Así que empecé por descartar aquello que tiene nueces, porque como mencioné arriba soy muy alérgica, así que me pedí un Torrone di pistacchio ($4.900), un postre semifrío que no sabría describir si es un mousse o un helado cremoso, acompañado de salsa de arándanos, muy sabroso y agradable al paladar. Acá hago mención nuevamente a la atención y preocupación de Cheri, porque al escuchar que soy alérgica, se tomó la molestia de asegurarse con el chef de que este postre no tuviese trazas, a lo que ella me indica que sí, que podría tener pequeño trocitos del fruto seco, por lo que obviamente me aseguré, porque de este placer no me privaba, y me tomé un antialérgico . Alejandro pidió el clásico Tiramisú ($4.900) y qué grata sorpresa porque en Chile he probado miles de interpretaciones de menudo deleite, sin embargo al cerra los ojos y probarlo (sí, así de loca saborié este manjar), me trasladé a Venecia y al recuerdo de su sabor a mascarpone original.
Como verán todo 10/10, supongo que no querrán saber del cafecito ni del jugo que nos tomamos así que hasta acá queda nuestro review. En resumen, el restorán se lleva los . La carta es pequeña, pero justa y precisa, tiene de todo y la elección de los platos no se hace abrumadora. Los recomendados coincidieron con nuestra elección. El tiempo de espera es el adecuado, ni mucho ni poco, en promedio 5 minutos para los que es frío y 8 para lo caliente. La coordinación de los meseros en el salón es impecable, jamás desatendieron ninguna mesa. La ubicación del lugar es muy asequible y la vista, por lejos lo más hermoso. Muchas gracias al equipo por la invitación y a Gerardo Gambieri, el administrador, por darnos el espacio para conversar un poco sobre la historia detrás de Portofino.
Portofino se ha transformado, con los años, en un patrimonio gastronómico, siendo reconocido por Great Wine Capitals como mejor restaurant con oro mundial en la Annual General Meeting, todo esto debido a la dedicación y perseverancia, el lazo con la gente tanto de cocina, como de comedor y por su insistencia a siempre en ir innovando.
Si quiere ir, no olvide pedir su reserva. El lugar queda en Bellamar 301 Cerro Esperanza, Valparaíso, también pueden revisar sus redes sociales: @restaurant.portofino